1)
Llegó, como siempre, sin hacer ruido. Se acomodó donde lo solía hacer un tiempo atrás y cogió un papel que se había guardado en el bolsillo. Comenzó a escribir:
" Debería dormirme, pero no quiero. Quiero seguir hablando. Que me cuente cualquier cosa, que me escuche cualquier chorrada. No sé qué es, pero es algo, si ha llegado todo solo o le he llamado. No sé, siquiera, si estoy seguro de lo que digo, si lo siento o no.
El reflexionar tiene esto: que acabas creyéndote cosas que te parecían idioteces.”
Terminó y dobló la hoja de papel. Pronto su anfitrión daría buena cuenta de lo que en él había escrito. A pensar toca.
2)
Su escriba se detuvo, pero él le hizo un ademán para que continuara. No quería que pensara que no tenía nada más que decir. Sacó a la luz un tema cualquiera, sin embargo y como siempre, trascendentemente intrascendente. El mero hecho de alargar la interlocución le hizo sentir bien, y además el tono de la misma tomó un cariz bonito, deseado inconscientemente. Quizá era porque, a estas alturas, cualquier cosa le valía. Bueno, no todo...
3)
“Claro que no todo, no hace falta ser muy listo para decir eso” le recriminó el anfitrión. El escriba había aumentado su presión durante los últimos días a tenor de los últimos acontecimientos. Le transmitía a su huésped una sensación extraña: un sí pero no, un quiero y no puedo, o un puedo y no quiero… De alguna manera, ambos sabían que iba a pasar algo así…¿o no? Del escriba no se duda, él lo sabe todo, o al menos eso dice. De él…Bien, él, cuando su invitado llegó, pensó que era para unas semanas. Pero, ni corto ni perezoso, no se levantaba de su cómodo sillón. Al final terminarán por caerse bien, pero para eso hay que llegar a un acuerdo por el que el tardío inquilino de dicho sillón debía ceder. También hay que contar con un factor: el escriba no se había pasado por allí desde hacía años. Y al anfitrión en el fondo le gustaba recibirle y ya le echaba de menos. Es decir, que menos lobos, Caperucita. Además, “todo” lo que desde fuera venía y por lo que el invitado escribía, “todo eso” también contaba, vaya que si contaba.
Que conste que en el fondo ambos disfrutaban, ¿qué había pegas? Claro, pero de “peros” pocos, que ya tienen ellos bastante…
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La primera: =)
Y en cuanto acabó de zurcir las heridas de
las noches mal dormidas llegué yo
y le llené de flores el jergón para los dos.
Sin espinas de colores, que se rieguen
cuando llore y cuando no.
Las sulfatamos con nuestro sudor.
Y me confesó: "cuando quieras arrancamos que
en las líneas de la mano lo leyó",
que se acabó el que la quemará el sol,
pero se asustó, "¡Cómo te retumba el pecho!",
"Tranqui, sólo es mi maltrecho corazón,
que se encabrita cuando oye tu voz,
el muy cabrón"
(...)
Amaneció, la vi irse sonriendo, con lo puesto,
por la puerta del balcón, el pelo al viento
diciendome adiós, porque decidió que ya
estaba hasta las tetas de poetas de bragueta y revolcón,
de trovadores de contenedor.
Marea- Corazón de mimbre- Revolcón, 2000
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